Y Don Bosco llegó a su casa. Entraba en la Palma a las cinco de la tarde del 10 de Octubre. Todo estaba preparado. Por la mañana la caravana de la alegría recorría las calles del pueblo, se hacían ofrendas de flores en la Iglesia del Salvador, sonaban cohetes, se adornaban balcones y calles y se respiraba un nerviosismo inusual.
Escoltado por la guardia civil el Santo entraba en su pueblo entre aplausos, fotos y muchos jóvenes que lo esperaban. Acompañado de la banda de Nuestro Padre Jesús Nazareno entraba en el colegio donde se le recibió con música, bailes y bendijo su colegio y el monumento que quedará en la puerta para recordar su visita.
Después bajó a la parroquia a buscar a su Virgen, a su Auxiliadora, a la que vio en sus sueños y por la que luchó para propagar su devoción. El pueblo entero lo acompañó y sintió su presencia y su carisma. La plaza estaba repleta, la Iglesia parroquial sin sitio. Don Bosco movilizó a sus seguidores, a sus antiguos alumnos, a sus devotos y a todos.
Los grupos jóvenes velaron su estancia, las hermandades y asociaciones lo guardaron por la madrugada, y el pueblo lo acogió como un palmerino más. Música, oraciones, meditaciones, confesiones lo acompañaron en la vigilia y durante toda la noche. Los jóvenes no quisieron dejarlo solo ni un momento, la plaza y sus alrededores estuvieron llenos de niños que iban y venían y jugaban y hacían ruido para no quedarse dormido. Don Bosco, el Maestro, el que ideó sus principios y sus planes educativos, estaba junto a ellos y no podían irse a sus casas.
Antes de regresar a los Salesianos visitó a la Hermanas de la Cruz y después con paso rápido y sin descanso, porque la hora de la partida se acercaba, regresó de nuevo a su casa.
El convento lleno, la vigilia sin bancos vacíos, a la vuelta rodeado del pueblo, la misa de despedida llena hasta la puerta y los jardines de la Iglesia del Salvador llenos de jóvenes.
Fue portado por 24 hombros, porque la urna pesaba mucho, dejó los hombros marcados de los que lo llevaron pero también dejó su marca en los corazones de todos los que se acercaron a Él.
El Inspector salesiano les dijo a los asistentes que si miraban la cara del Santo verían que estaba sonriendo porque Don Bosco estaba alegre de habernos visitado. Cuando marchó todos quedaron con un pellizco el corazón, la visita de Don Bosco superó todo lo imaginado, porque los que se acercaron, lo sintieron, descubrieron su fuerza y entendieron su mensaje.
Nadie olvidará su visita, nadie olvidará su carisma. Y nadie debe olvidar que sus mensajes están más vivos que nunca, que nuestros jóvenes necesitan del amor y comprensión, que debemos trasmitirles la devoción por María y por Jesús Sacramentado y que tenemos que educarlos en estar siempre alegres confiando en María Auxiliadora.
Gracias Don Bosco por venir, ya eres palmerino
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